Varsovia, Manhattan o ninguna de las dos

Opinión Carlos Ramos Hernandez

OTRA REFLEXIÓN SOBRE LA CIUDAD “DENSA, COMPACTA Y CONTINUA”. Por Carlos Ramos Hernández

Qué curiosa y casual es la vida. Me piden que escriba un comentario, de tema libre, y sucede que en el mismo foro me encuentro con un artículo -“Benditos atascos”- de un buen amigo, Arturo Rodríguez Monsalve, con el que me veo obligado a polemizar por alguna de las afirmaciones que se hacen en el mismo. Me pongo a ello, pero creo que las reflexiones finales serán más entendibles si empiezo con una reciente noticia que, seguramente, alguno de vosotros hayáis leído en los últimos días.

Resulta que el Ayuntamiento de Varsovia está valorando seriamente demoler uno de los iconos más conocidos de la ciudad: el llamado en su momento Palacio de la Cultura y de la Ciencia. Se trata de un “regalo”, sí aunque sea atípico, que el pueblo polaco recibió del gobierno ruso en tiempos del telón de acero. Y a ver quién era el valiente que en aquellos tiempos tan grises se hubiera atrevido a rechazar tan generoso obsequio proveniente del “gran amigo ruso”. El edificio en cuestión, aún hoy el noveno edificio más alto de Europa, es una mole mastodóntica de 237 metros de altura que albergó infinidad de organismos que favorecían la no menos enorme trama burocrática que tanto gustaba a los comunistas soviéticos y que en el mismo grado suponía una enorme ineficacia. Se trata de un edificio de estilo neoclásico, de inspiración claramente estalinista y básicamente de escaso gusto. Hoy alberga actividades más lúdicas como, entre otras, cines, piscina, discoteca, pero no gusta a los ciudadanos de una ciudad que ha sufrido, como pocas, la mala casualidad de tener a unos vecinos tan beligerantes como Rusia y Alemania. Y, aunque tampoco parecen correr ahora buenos tiempos para la libertad en Polonia, parece que este edificio es un símbolo de un régimen del que hoy se aborrece y también lo es de una arquitectura que espanta. Pero el tema se complica un poco más pues resulta que una empresa taiwanesa propone desmontarlo en cuatro partes, tal que un “Lego”, para colocar cada una de las piezas resultantes en otros lugares de la ciudad. De esta manera el horror se multiplicaría por cuatro y, aunque cada una de las partes tuviera obviamente menos altura, sería más fácil que cualquier ciudadano o turista se topase con los restos del inmueble para recordar su triste pasado de país y ciudad ocupada.

El edificio al que acabo de referirme es una muestra del urbanismo compacto y denso -además de feo – que hoy reivindican algunos iluminados del urbanismo desde la atalaya que les facilita su condición de profesores universitarios (que no han hecho una vivienda en su vida) y/o sus responsabilidades políticas. Es posible que también a estos les agrade el hoy conocido como Palacio del Parlamento Rumano en Bucarest, obra del sátrapa Ceacescu, que aún hoy ostenta el dudoso honor de ser el mayor edificio civil del mundo, así como el más costoso y pesado. Para ello no dudó en llevarse por delante una gran área del centro de la ciudad con mucho mayor interés urbanístico. Y seguro que a estos mismos iluminados también les agrada el urbanismo de la periferia de Moscú, a base de círculos concéntricos en los que los edificios residenciales idénticos se extienden casi hasta el infinito con la tristeza propia de la construcción del régimen soviético. En fin: hay infinidad de ejemplos en la Europa del Este que responden a la tan cacareada ciudad densa, compacta y continua. Y ninguno de ellos parecen ser ejemplo a seguir y de los que tampoco sus autores puedan sentirse orgullosos, incluso con las atenuantes que pudieran derivarse del momento histórico y las necesidades del momento, principalmente la reconstrucción de las ciudades europeas como consecuencia de los enormes daños producidos por la segunda guerra mundial.

Pero vayámonos ahora a la otra parte del mundo: a Nueva York. Y más concretamente a su barrio más cosmopolita: Manhattan. Sin quitarle un ápice de encanto a la ciudad que nunca duerme, no es menos cierto que no es un buen sitio para tener la residencia habitual, o no por mucho tiempo. Otra cosa es el indudable encanto que supone para sus millones de visitantes que sólo pasan unos días en ella. Y es que prácticamente no hay más zona verde en Manhattan que Central Park, pero este magnífico parque está lejos para casi todos sus habitantes, salvo para los pocos que pueden permitirse disfrutar de una vivienda junto a él. Y es que Park Avenue y su entorno está al alcance de muy pocos. El resto sólo puede disfrutarlo los días festivos si están dispuestos a atravesar la ciudad en su vetusto suburbano. Una vez más, ahora en la cuna del capitalismo, resulta que la ciudad densa, compacta y continua no es un lugar ni apacible para la vida ni sostenible para el medio ambiente, no siendo la solución para las ciudades del siglo XXI.

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Las breves y desordenadas consideraciones anteriores sólo pretenden reiterar un axioma: los extremos no son buenos. Y en urbanismo tampoco a menos que unos pocos pretendan imponer sus ideas y limitar la libertad de la mayoría. Si bien esto último no es nuevo y sí muy recurrente en España, convendría en este tema, como en tantos otros (educación, sanidad, pensiones…), llegar a una convención común que impidiera el movimiento de péndulo que tanto daño hace a la sociedad y a la economía. Hasta hace poco en España las ciudades grandes “terminaban” en un bloque residencial de gran altura que abría la puerta al campo. Más allá de ese edificio pastaban las vacas. No parece la solución racional y sostenible. Tampoco lo parece la fila interminable de viviendas unifamiliares de dudoso gusto y escasa calidad que “remataban” las ciudades, aunque al menos, eso sí, suavizaran el contorno de la misma para hacerlas más equilibradas en su transición de borde hacia el campo. La conclusión es la misma: ni lo uno ni lo otro. Y es que, como casi siempre, en el equilibrio debe de estar la solución. Y esto último es lo que pasa en las ciudades más reconocidas del planeta en términos de calidad de vida. Y también en España hay ciudades notables en el logro de ese equilibrio, entre las que podrían citarse Vitoria, Logroño y Pamplona. Ojalá un día no lejano, Valladolid pueda incorporarse a esa lista, pero lo que si es cierto es que eso no se conseguirá compactándola.

No quiero acabar sin sugerir temas más creativos para mejorar nuestras ciudades y su modo de vida. El mundo está cambiando y no es un tópico, es una realidad imparable. Y hay debates mucho más interesantes que el que ocupar este artículo. Pensemos en los nuevos sistemas de energía para los inmuebles (geotermia y aerotermia), la certificación energética de los inmuebles con criterios internacionales y objetivos (certificaciones LEED, BREEAM, entre otras ), la movilidad sostenible y el automóvil, la desertización comercial como consecuencia de la nueva manera de consumir, el reciclaje efectivo de todos los residuos urbanos y humanos etc… Dejemos al lado temas estériles que son más fruto de un posicionamiento político intolerante que de un verdadero interés de la ciudadanía.

Carlos Ramos Hernandez
Carlos Ramos Hernández

Carlos Ramos Hernández es Abogado. MBA y Diplomado en Derecho Inmobiliario, ha trabajado para varias empresas inmobiliarias, nacionales y multinacionales, en áreas comerciales, jurídicas y urbanísticas, en el sector de la promoción residencial y centros comerciales.

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